Jump to content

Frank (only in spanish)


Owen Ojo De Lobo

Recommended Posts

Hi!

As I told you, I have a short story about a man called Frank that I want to share with you. The only problem is that is only in spanish... So I post the first part of it, and if somebody can read it, I will put the others. And if nobody can read it... maybe I have to translate it :P

So here is, the story of Frank, a miner at Malifaux...

Frank era un tipo feliz. Cierto, la vida en Malifaux era dura, pero como mínimo tenía la oportunidad de tener una vida; ya era mucho más de lo que tenía en Londres, donde estaba a punto de ser desahuciado, sin trabajo ni perspectivas de conseguir ninguno…

Además, en Malifaux había conocido a la dulce Lucy. Ella trabajaba como camarera en el bar donde se reunía con los muchachos al salir de la mina, y se enamoraron entre jarra y jarra de cervezas. Y dentro de poco nacería su pequeño. Lucy creía que sería niña, pero él estaba seguro de que sería un niño. Un pequeño Miller, fuerte como su padre. Seguro.

Unos sollozos, apenas audibles, le devolvieron a la realidad. ¿De dónde provenían? ¡Allí! Una niña pequeña estaba llorando en un rincón, apenas visible. Frank, apenado, se acercó a la cría.

- ¿Estás bien, pequeña?

La niña miró a Frank. Era pequeña, de unos 7 u 8 años a lo sumo. Los sollozos eran suyos, sin lugar a dudas: las lágrimas habían dibujado pequeñas carreras en su sucio rostro. Se la veía tan pequeña, tan desamparada… Frank sintió la necesidad absoluta de proteger a esa niña pequeña.

- ¿Caramelos? ¿Caramelos? – decía la pequeña, mientras ofrecía a Frank unos dulces. La pequeña debía vender esas golosinas como medio para sobrevivir. Frank tomó una decisión.

- Ven conmigo, Candy*. Te voy a llevar conmigo; voy a hacer que seas feliz. Serás una dulce hermanita para mi Junior, y seguro que Lucy también se alegrará. ¡Una pequeña familia feliz! – mientras decía todo esto, Frank se había agachado, y esperaba con los brazos abiertos a la pequeña Candy. - ¿No quieres venir conmigo?

- ¡Caramelos! – exclamó la niña, mientras corría hacia los brazos de su nuevo padre.

Ya con la niña en brazos, Frank siguió de camino a su casa, silbando feliz. Su pequeña familia tenía un nuevo miembro, y él no podía sentirse más contento. Aunque tal vez no lo fuera si hubiera visto el extraño brillo en los ojos de su pequeña Candy…

*N.d.T: Candy: caramelo, en inglés. Nombre dado por ser lo único que repite la niña.

Link to comment
Share on other sites

Well, if you can read, then I post here the other parts of the story... I hope that you like it! :D

La vida era maravillosa. Frank estaba encantado con su vida. Llegar a Malifaux estaba claro que había sido la mejor decisión de su vida. Su dulce esposa enseguida se había mostrado encantada con la niña, y los dos la querían como si fuera hija suya. La niña, así mismo, los quería con locura a ambos, aunque tenía preferencia por Frank. Se le sentaba en las piernas, se cogía de su cuello, le daba tiernos besitos… Frank amaba con locura a su pequeña Candy.

La niña, que ya había conseguido hablar en condiciones, estaba además muy ilusionada con su futuro hermanito. Siempre que podía se ponía a hablarle, apoyada en la barriga de Lucy, diciéndole en susurros tiernas palabras.

En definitiva, el hogar de los Miller era un hogar feliz, aún a pesar de vivir en Malifaux.

Hasta el día del parto.

Lucy y Candy habían estado haciendo caramelos, dulces, pasteles… A la niña le encantaba, y se mostraba más que dispuesta a ayudar a su madre en la cocina, ya que Lucy estaba a punto de dar a luz. Pero aquella misma noche empezaron los problemas. Lucy se estaba mareando; estaba pálida, sudorosa, y casi sin fuerzas. Frank, asustado, fue a buscar al doctor Stein, el médico de la Asociación de Mineros.

- Candy, cariño, cuida de tu madre. Vuelvo en un momento.

- ¿Mami se pondrá bien? – preguntó preocupada la niña.

- Por supuesto, querida. Es sólo que tu hermanito se ha adelantado. Ahora vengo, Candy.

Frank salió a la calle, donde la lluvia caía de tal manera que desdibujaba el contorno de las lámparas de gas. La casa del doctor no estaba lejos, pero con esa lluvia le costaría un poco más llegar.

Tuvo que sacar al buen doctor de la cama, y luchar contra los elementos, pero por fin Frank había conseguido volver a casa. Lucy gritaba con los dolores del parto, mientras el Dr Stein la atendía.

- ¿Qué le pasa a mami, papi? ¿Por qué grita tanto?

- Tu mami está teniendo a tu hermanito, cariño, y eso siempre es doloroso. Pero el Doctor la está cuidando, y pronto estaremos todos bien. – Frank abrazaba a la niña mientras hablaba. Se sentía reconfortado sólo por tenerla en brazos, por respirar su dulce perfume de niña pequeña. – Todo irá bien.

Las horas fueron pasando, lentamente, mientras los gritos de Lucy continuaban, hasta que llegó un punto en que Frank encontraba normales sus gritos y se asustaba con el silencio. En algún momento pensó en entrar a ver como se encontraba su esposa, para reconfortarla con su presencia, para darle ánimos, para estar ahí mientras su hijo nacía. Pero la pequeña Candy se había quedado dormida en sus brazos, y él no quería despertarla.

La puerta se abrió lentamente al amanecer. Hacía poco que los gritos habían cesado para no continuar, y Frank no sabía si eso era algo bueno o malo. Aún con la niña en brazos, se acercó al doctor, a ver que tenía que decirle.

- Frank, lo siento. He hecho todo lo que he podido, pero no he podido salvarla.

- ¿Lucy está…?- Frank no podía creérselo. ¿Su mujer había muerto? ¡¡No, era imposible!!

- No, Frank. Tu hija. Ha habido complicaciones en el parto, y ha nacido muerta. Lucy está bien, dentro de lo que cabe. La he sedado para que descanse, pero puedes pasar a verla si quieres.

Frank asintió, aún en estado de shock. ¿Su hija, muerta? Entró en el cuarto, que olía a sangre y a muerte. Su querida Lucy estaba en la cama, pálida y ojerosa por el esfuerzo realizado y por el dolor de la pérdida. Aún así, abrió los ojos cuando notó que su marido entraba en el cuarto.

- Frank…

- Chsstt, amor, no hables. Necesitas descansar. Todos necesitamos descansar.

Y allí, en silencio, marido y mujer lloraron su pérdida, lamentándose por lo injusto de la vida, que se había llevado la vida de su hija sin siquiera permitirle respirar una sola vez.

Candy se despertó por los sollozos, y preguntó por su hermanito. Frank, como pudo, le contestó…

- Tu hermana ha muerto, cariño. No ha podido sobrevivir. Nuestra hija ha muerto.

Con estas palabras, Frank volvió a sollozar, con el pecho dolorido por la inmensidad de la pérdida.

- Tranquilo, papi, tu hija soy yo y estoy aquí, muy viva. – contestó Candy, mientras se abrazaba a los dos. El tierno abrazo de su niña reconfortó mínimamente a Frank, que le devolvió el abrazo.

Y Candy, la dulce y tierna Candy, sonrió al sol de Malifaux que entraba por la ventana.

---------- Post added at 04:27 PM ---------- Previous post was at 04:26 PM ----------

Part III.

Había pasado ya un mes, desde el fatídico día del parto. Un mes desde que sus ilusiones se habían roto. Un mes desde que su hija había muerto.

Frank no era ya tan feliz.

Además, al dolor de su pérdida, se sumaba la preocupación por Lucy. Su mujer había quedado muy afectada por la pérdida de su hija, además de débil por el parto. Ya casi no iba a trabajar a la cervecería, y el dueño la había amenazado con despedirla. ¡Y necesitaban el dinero! Tenían que pagar los servicios del buen doctor, y sólo con su sueldo de minero no llegaba…

También estaba el tema de la pobre Candy. La niña había llevado mejor que ellos la pérdida de su hermanita (tal vez por no ser demasiado consciente de lo que había pasado), y era el único consuelo que tenía Frank. Pero Lucy no lo veía como él. Desde el parto, rehuía a la pobre niña. La miraba con cara de miedo, murmuraba algo acerca de caramelos en mal estado, hablaba de veneno… Frank, obviamente, no la creía. Estaba claro que todo era producto del dolor por la pérdida de su hija; en su estado, veía culpables donde no los había, intentando justificar de alguna manera su pérdida, en vez de aceptar que, sencillamente, la vida no era siempre justa.

Así que, dadas las circunstancias, Candy pasaba cada vez más tiempo con Frank. Se sentaba en su regazo, le daba tiernos besos en las mejillas que hacían ruborizarse al pobre Frank, jugaba con él y lo distraía de su dolor.

Y mientras su marido intentaba superar la pérdida jugando con su hija, Lucy guardaba reposo, consumiéndose poco a poco. Además, parecía como si el dolor estuviera acabando con su mente, también. Rehuía a la niña, no comía nada que no hubiera preparado ella misma, y su mirada cada vez más era la de un animal asustado.

Frank intentaba ayudar a su esposa, pero, sencillamente, no tenía tiempo para todo. Por culpa de su enfermedad, Lucy no trabajaba como antes, y Frank estaba haciendo turnos dobles para poder pagar las facturas. Cuando llegaba a casa, además, tenía que ocuparse de la niña, ya que Lucy no quería acercarse a ella, y cocinar algo para Lucy, y… y cada vez estaba más cansado, y preocupado, y asustado por Lucy. Veía como su esposa se iba consumiendo, y poco quedaba ya en ella que le recordara a la tímida joven de la que se había enamorado.

Afortunadamente para él, Candy estaba demostrando ser la hija perfecta. Ayudaba en todas las tareas del hogar, se ocupaba de cocinar (lo que podía) e intentaba alegrar a su cansado padre cuando llegaba por las noches. Últimamente, lo esperaba despierto, con su pequeño camisón que apenas le llegaba por las rodillas, para darle el beso de buenas noches. Además, de vez en cuando se lo daba en los labios, entre sonrisas tímidas, ya que como ella misma decía “como mamá no puede, yo te doy besos por las dos”. Era lo único bueno que tenía la vida ahora mismo para Frank. Esos pequeños momentos con su hija por la noche, antes de acostarse, era lo que le permitía levantarse al día siguiente.

Hasta que un día, Lucy apareció en mitad de uno de sus juegos nocturnos. Candy estaba sentada en las rodillas de su padre, con sus bracitos alrededor del cuello, dándole besitos, mientras Frank sonreía con expresión cansada. Al ver la escena, algo se rompió dentro de Lucy. Sus ojos se iluminaron con un fuego interior que hacía mucho que no sentía; la rabia, el odio, el miedo la llevaron a coger a la pobre Candy de brazos de su marido y lanzarla al suelo.

- ¡Tú! ¡Pequeño monstruo!- barbotó, fuera de sí –¿ No tuviste bastante matando a mi bebé, que ahora quieres quitarme también a mi marido? ¡Eso no lo consentiré! ¡Te mataré! ¡Te mataré! Por el recuerdo de mi pequeña, pequeño monstruo, ¡que juro que te mataré antes que permitir que sigas haciéndonos daño!

- ¡¡Lucy!! – exclamó Frank, sorprendido- ¿Qué haces? ¿Qué dices? ¡Es sólo la pequeña Candy! Ella no mató a nadie, nuestra hija nació muerta. ¡¡Es sólo una niña pequeña, por Dios!! ¿Qué mal crees que puede hacernos?

Lucy, totalmente fuera de sí, ignoró a su marido, mientras se dirigía hacia la niña pequeña que sollozaba en un rincón, muerta de miedo. Con un atizador en la mano, avanzó hacia Candy, mientras en sus ojos se podían leer claramente sus intenciones: matar, matar, MATAR.

La niña, al sentir esos ojos clavados en ella, no pudo evitar gritar de miedo, llamando a su padre.

- ¡¡Papi, papi!! ¡¡Mamá está loca, mamá quiere hacerme daño!! ¡¡Papaíto, no dejes que mamá me haga daño!! ¡No la dejes, por favor!

Ante la suplicante mirada de su hija, Frank despertó del estado de shock en que se encontraba, e intentó detener a Lucy.

- Lucy, cariño, ¡es nuestra hija! ¡No puedes hacerle daño! – le decía mientras forcejeaba con ella.

- ¡¡NO!!¡ Es un monstruo, una serpiente traicionera que metiste en nuestra vida! Por su culpa, perdimos a nuestro bebé. ¡Mírala a los ojos, Frank, mírala a los ojos! Observa la maldad que en ellos hay. Nada bueno nos ha pasado desde que la recogiste de la calle, todo han sido desgracias… Primero perdí a mi bebé, ¡nuestro hijo! Y ahora este monstruo quiere ocupar mi lugar en tu corazón, ¡¡lo sé!! ¡¡DEJAME MATARLA, FRANK, DEJAME!! – gritaba Lucy, histérica.

Frank miró a los ojos de Candy, como su esposa le había pedido, y sólo pudo ver en ellos a una pobre niña. Al mirar a su esposa, en cambio, no la reconoció. Pálida, ojerosa, siendo una sombra de lo que fue, con ojos de animal acorralado, enloquecidos… No reconocía a su esposa, le parecía estar viendo a un monstruo, a alguien que quería arrebatarle la felicidad que se merecía. ¿Es que él no había sufrido también por la pérdida de su bebé? ¡¡Claro que sí!! Pero había intentado seguir adelante, por Lucy, por Candy, y por su futuro juntos. ¿Y ahora ella quería quitárselo todo? No iba a consentirlo. Él se merecía ser feliz. Con Lucy y Candy, una pequeña familia feliz. Había luchado mucho para ser feliz, y si Lucy no quería darle esa felicidad, tal vez debería vivir sin ella.

Miró a Candy, quién pareció saber qué pasaba por la cabeza de su padre, ya que asintió levemente, intentando reprimir los sollozos. Luego miró a Lucy, que se debatía entre sus brazos, gritando, intentando llegar hasta la niña para acabar con ella a golpes.

Lentamente, Frank puso las manos en el cuello de Lucy, y empezó a apretar. Ésta estaba tan furiosa, tan rabiosa, que en un primer momento no se dio cuenta de lo que Frank intentaba hacerla. Cuando empezó a faltarle el aire, cuando empezó a jadear intentando captar aire, fue cuando miró a su marido, incrédula, sin creerse apenas que la estuviera traicionando de semejante manera. ¡¡Tomaba partido por el monstruito!! Lucy empezó a forcejear con Frank, intentando liberarse, intentando vivir para poder matar a la niña que le había arruinado la vida. Pero Frank era mucho más fuerte que ella, y además ella estaba débil por el parto y el tiempo pasado en la cama recuperándose. Poco a poco, fue perdiendo las pocas fuerzas que le quedaban, y dejó de resistirse. Después de todo, iría a reunirse con su pequeña…

Cuando Lucy se quedó quieta, Frank dejó de apretar, y se miró las manos, asustado. ¿Qué acababa de hacer? ¡¡Había matado a Lucy, su dulce Lucy, el amor de su vida!! ¡¡¿¿Qué había hecho??!!

Frank se dejó caer al suelo, llorando amargamente, sobre el cuerpo sin vida de su joven esposa. Candy se aproximó a él, para consolarlo. Lo abrazó torpemente, intentando abarcar con sus pequeños bracitos a su padre, intentando calmar el dolor por la pérdida.

- Tranquilo, papaíto. Mamá estaba enferma, y ahora ya ha dejado de sufrir. Yo cuidaré de ti, papaíto. Yo seré tu familia. No necesitarás a nadie más nunca. Nunca.

---------- Post added at 04:32 PM ---------- Previous post was at 04:27 PM ----------

And part IV, the last.

Habían pasado unos días desde el accidente (porque había sido un accidente, ¿verdad?) en que la pobre Lucy había perdido la vida. No había habido demasiadas preguntas, y Frank respondió como pudo a ellas. A nadie le importaba demasiado la muerte de una pobre camarera; eso era así en la Tierra, y mucho más en Malifaux, donde la gente a veces, sencillamente, se moría.

La vida de Frank era ahora bastante más sencilla, y era casi feliz. Iba del trabajo a casa, y de casa al trabajo. Ya no quedaba con los amigos, ni iba al bar. Le recordaban demasiado a Lucy, y recordar a Lucy dolía. Había algo relacionado con ella, con su muerte, que no podía recordar, y cuando lo intentaba (o algo se la recordaba), dolía.

Así que evitaba hablar de ella, acordarse de ella, ir a los lugares que iba con ella. Y era feliz.

La pobre Candy estaba resultando ser de gran ayuda, y su única alegría en el mundo. Sus juegos cuando él llegaba a casa, donde ella fingía ser su pequeña mujercita y le preparaba la comida, le daba besos y cuidaba de él. Su cuento de antes de dormir, casi el único momento de paz que tenía Frank ahora mismo. A veces Frank se quedaba dormido en la silla, junto a la cama de Candy, después de contarle el cuento. Prefería estar allí con su pequeña Candy que en su dormitorio, con esa cama tan grande, tan vacía…

Además, el calor estaba llegando a Malifaux, y la habitación de la pequeña era más fresca. Aún así, seguía haciendo calor, y Candy se estaba acostumbrando a ir por la casa con un pequeño camisón que apenas le llegaba a las rodillas. Y ante las peticiones de Frank de se pusiera algo más, la niña se reía diciendo que estaban ellos dos solos, y que no tenía nada que ocultarle a su papaíto. Además, le decía ¡hacía calor!, mientras lo miraba haciéndole pucheritos. Y Frank no podía encontrar ningún motivo para oponerse, salvo la sensación de que algo de lo que estaba haciendo no era del todo correcto.

Los días fueron pasando, y Frank se sorprendía a veces pensando en su pequeña Candy de manera… diferente. Cómo le quedaría el vestido rosa que había visto en aquel escaparate, si le gustaría llevar joyas bonitas cuando fuera mayor, como se portaría él cuando llegaran los primeros pretendientes a casa (porque llegarían, de eso estaba seguro; su Candy iba a ser toda una belleza y una rompecorazones, eso estaba claro…), que le diría al primer hombre al que viera tocándola de manera deshonrosa… Acariciándole la mejilla, susurrándole cosas tiernas al oído… ¿Se atrevería a dejar que otro hombre tocara a su pequeña Candy, a su niña?

La niña también estaba actuando diferente. Sus jueguecitos “de mayores” cada vez parecían más serios, y Frank no podía evitar una sonrisa nerviosa cuando Candy le decía, toda seria ella, que él no necesitaba a ninguna otra mujer, que ya la tenía a ella. Frank no tenía ninguna intención de buscar el afecto de ninguna mujer; ni siquiera ese tipo de afecto por el que tenías que intercambiar algunas monedas. No porque tuviera a Candy (¡por Dios, era una niña! ¡Su hija, además!) si no porque el recuerdo de Lucy todavía… dolía. Aunque… algunas noches, cuando el calor apretaba, y el cuerpo de la menuda Candy estaba empapado en sudor, su pequeño camisón se le ajustaba al cuerpo, y ya dejaba entrever la belleza que un día tendría. Y Frank tenía que irse a dar una vuelta, a intentar refrescarse, ya que de repente hacía mucho más calor en la casa…

Este tipo de pensamientos preocupaban a Frank. No podía ser que estuviera pensando en su hija de esa manera, ¿no? Aunque debía reconocer que la niña tenía una mirada a veces que le provocaba… algo. Era una mirada que había asociado, durante toda su vida adulta, con besos indiscretos en un portal, con risas sofocadas y pequeños gemidos. Pero no podía ser, no con su niña pequeña…

Y entre el calor reinante y la preocupación, Frank empezó a dormir menos. Casi no pasaba por su dormitorio, y se limitaba a dormitar en las sillas de la cocina, o a pasear como un animal enjaulado por el salón hasta que tenía que volver a la mina.

Y precisamente en la mina tuvo el accidente. Cansado, falto de sueño, Frank trabajaba de manera semi-automática, y no escuchó los avisos de sus compañeros. La pared se vino abajo encima suyo, aunque tuvo suerte. El buen Doctor Stein lo revisó y lo mandó a casa, a descansar.

- Vete a casa y duerme, Frank. Lo necesitas…

Aún afectado, Frank no pudo responder, y se encaminó a su casa, donde se tumbó vestido tal y como iba en la cama, cayendo en un profundo sueño casi inmediatamente.

Pero no es que fuera un sueño tranquilo. Frank soñó con su dulce y pequeña Candy, aunque en el sueño ya no era tan pequeña. Seguía vestida con solo su pequeño camisón, pero ahora se le adivinaban las curvas de la juventud bajo él. Y Frank, que llevaba mucho tiempo solo, no pudo resistirse más a la mirada de Candy. Se tumbó a su lado, la desnudó, la amó, con pasión, con paciencia, con locura, para caer dormido justo después de llegar al clímax.

Las campanas de la Iglesia despertaron a Frank. Este, aún adormilado, estaba intentando recordar el sueño que había tenido con Candy la noche anterior. Era un sueño extraño, que le avergonzaba… pero no dejaba de ser un sueño, se decía. Y el cuerpo era el de su querida Lucy, quería creer. No podía ser que hubiera pensado así de su pequeña hija… Él no era así, él era un buen tipo…

Frank terminó de despertarse, y se estaba levantando cuando se dio cuenta de que aquella no era su habitación. Estaba en la habitación de Candy. ¿Por qué se había despertado en la habitación de Candy? Sí, en su sueño había ido a la habitación de la pequeña, pero… eso había sido un sueño, ¿no?

Asustado, Frank miró a su alrededor. Y lo que vio fue a la pobre Candy, sentada en un rincón, asustada, con la cara sucia de haber llorado… y desnuda. Siguió mirando, cada vez más asustado, y vio el camisón, su pequeño camisón, hecho jirones, tirado de cualquier manera a los pies de la cama.

- Candy, pequeña, ¿qué ha pasado? – la niña, al sentir su voz, se encogió asustada, e intentó negar con la cabeza. – Cariño, no pasa nada, no voy a hacerte daño… Sólo dime que ha pasado, por favor…

Sollozando, asustada, encogida en su rincón, la pequeña Candy intentó explicarle a su padre lo que había pasado…

- Papaíto entró anoche en mi cuarto… y… me quitó el… el camisón a la fuerza, y me diste besos, y me tocaste, y… y… - la niña arrancó a llorar, siendo incapaz de articular palabra.

Frank se levantó, e intentó acercarse a Candy, pero la niña se encogió ante su presencia, aterrada, intentando hacerse más pequeña, desaparecer.

- Candy, cariño, no quiero hacerte daño… - le decía Frank. Pero la niña estaba en estado de shock, y no podía hablar, se limitaba a repetir “caramelos, caramelos, tengo caramelos” como aquél día en que la conoció…

Frank, trastabillando, salió de la habitación de la niña. Se dio cuenta de que iba desnudo, y manchado de sangre. Tropezando con todo, consiguió llegar al cuarto de baño. Allí se miró al espejo, y casi no se reconocía. Ojos abiertos, de loco, la boca abierta en una mueca de asombro, restos de semen y sangre por su abdomen… No podía ser cierto, ¡¡no!! Él no podía haberle hecho eso a su niñita, ¿no? Él la quería, era su hija, su adorada hija… Y, de repente, recordó. Recordó el parto, con su hija muerta. Recordó a su querida, dulce Lucy. Y recordó lo que le hizo. La mató con sus propias manos. La mató a sangre fría. Y ahora había violado a su hija. ¿Qué clase de monstruo era? Sollozando, Frank apartó la mirada del espejo, aunque tenía la sensación de que algo dentro de él le devolvía la mirada.

“Has matado a tu mujer, Frankie… Eres un gran tipo, está claro. Un tipo duro, un minero hecho y derecho. Mataste a tu mujer por no ser capaz de darte un heredero, y ahora has violado a tu hija porque ¡ey! Eres un hombre y tienes unas necesidades… Además, que la niña iba provocando, todo el mundo lo sabe… Tantos besitos, tanto restregarse, yendo prácticamente desnuda… ¡Ella se lo ha buscado! Y seguro que lo ha disfrutado…”

¡¡CRASH!! De un puñetazo, Frank rompió el espejo, intentando callar esa voz que le decía cosas que no quería oír. ¡Él no era así! Era un buen hombre, que sólo quería lo mejor para su familia…

“Claro, Frank, claro… por eso estrangulaste a Lucy hasta que no pudo respirar, y por eso te has acostado con tu hija de 8 años. Porque eso es lo mejor para tu familia, claro…”

Su mirada, reflejada en multitud de pedazos en el espejo, era la de un loco. De un criminal. De un asesino. Y Frank, que quería creer que él no era así (¡que lo sabía!), decidió que sólo quedaba una salida: acabaría con su vida, acabaría con el monstruo que acechaba dentro de él. Con manos temblorosas, cogió un pedazo de cristal y, de un tajo, se cortó las venas. Acabaría con el monstruo antes de que le hiciera daño a alguien más…

Las rodillas flaquearon, la vista se nubló, y tuvo que dejarse caer. Se encontraba muy cansado… pero pronto todo habría terminado. Y, si hubiera tenido fuerzas, se hubiera sorprendido al oír la voz de Candy. Porque era la voz de su hija, pero no podía serlo… En aquella voz había algo más. Algo antiguo. Algo maligno. No era la voz de una niña de 8 años. Puede que ni siquiera fuera la voz de una niña.

- Ah, Frank, Frank, que triste final… Pero claro, es lo que te mereces, por lo que le hiciste a Lucy… Aunque, ya que estamos, déjame decirte una cosa: la ramera tenía razón. Yo la envenené. Quería que tu hija naciera muerta. Quería que sufrierais. No por nada personal… sencillamente, me caíste en gracia en aquel callejón y decidí jugar contigo un poco… Representar el papel de hija perfecta ha sido aburrido, por cierto. Pero ha tenido sus momentos. Los besitos, las provocaciones… Tengo que reconocerte que has aguantado más que otros. He ido con tipos que a los dos días ya querían “intimar” con su pequeña. Tú no. Tú has aguantado… hasta que me he aburrido, y he decidido acelerar el proceso. Tengo amigas que me esperan, no puedo quedarme contigo para siempre, compréndelo, “papaíto”. Ah, y por si te lo preguntas… No, anoche no me tocaste ni un pelo. Pero no hizo falta, la culpa (y la sugestión) son muy buenas aliadas… Ahora descansa, Frank, papi, sabiendo que mataste a tu mujer por tener razón. Que tu mujer y tu hija están muertas porque fuiste buena persona y te dio pena una niñita pequeña. En Malifaux, no puedes fiarte de las apariencias, Frank querido…

Y Frank murió, mientras con sus últimas fuerzas maldecía el día en que decidió ir a Malifaux…

Link to comment
Share on other sites

Join the conversation

You can post now and register later. If you have an account, sign in now to post with your account.

Guest
Reply to this topic...

×   Pasted as rich text.   Paste as plain text instead

  Only 75 emoji are allowed.

×   Your link has been automatically embedded.   Display as a link instead

×   Your previous content has been restored.   Clear editor

×   You cannot paste images directly. Upload or insert images from URL.

×
×
  • Create New...

Important Information